A principios del siglo XX, Campanillas formaba un Partido Rural en el que la población se encontraba dispersa en los cortijos que poblaban la vega.
Algunas de estas haciendas habían
sido heredadas por las hijas o sobrinas de los primeros propietarios. Las
mujeres tenían capacidad legal para heredar y mantener la propiedad, pero no
estaban autorizadas a administrarlas por lo que en la mayoría de los casos eran
los maridos los administradores.
La clase
media de Campanillas era poco numerosa y la componían pequeños propietarios o
trabajadores cualificados.
Las mujeres de la clase media eran
educadas para el matrimonio. La administración de la casa y la educación de
los hijos eran sus principales obligaciones. En el ámbito público siempre
estaba tutelada por el marido, si estaba casada. El matrimonio era casi una
obligación, pues no tenían medios económicos para ser solteras e
independientes.
Entre la clase
social más humilde, la mujer, siempre,
ha contribuido con su trabajo fuera de casa al mantenimiento económico de la
familia. A principios de siglo, el trabajo doméstico y el del campo era el más
común entre las mujeres de Campanillas. Un trabajo no reconocido y mal
remunerado.
En 1931
con la llegada de la República las mujeres vieron reconocidos sus derechos como
ciudadanas. En la nueva constitución elaborada se reconocía el derecho al voto
de las mujeres mayores de 23 años. Clara Campoamor, diputada por el Partido
Radical fue su propulsora. En aquellos
años, las mujeres tenían derecho a ser elegidas diputadas pero no podían votar.
Sólo había tres diputadas: Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken.
En las elecciones de 1933 las mujeres pudieron ejercer su derecho al voto por
primera vez.
Coplas que se cantaban a propósito del derecho al voto de las mujeres.
Ya pueden votar las mujeres
ya tienen libertad
y yo sin un real.
Tengo los
calzones rotos
no quiero
decir ná
vaya que
mi mujer
se
quiera divorciar.
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