Texto: Josefina Molino
Foto: Archivo Fotográfico y Documental de Campanillas
El ferrocarril Málaga-Córdoba:
El
ferrocarril malagueño fue promovido por la burguesía comercial e industrial de
la ciudad. Entre los años 1855 y 1859 se constituyó la Junta del Ferrocarril,
compuesta por Martín Larios, Tomás Heredia y Jorge Loring entre otros. Su
financiación corrió a cargo de empresarios y agricultores con algunas
aportaciones de inversores catalanes y ayudas de las instituciones locales. Los
promotores vieron en este medio de transporte una manera de dar salida
comercial a los productos tanto agrícolas como industriales a través del puerto
malagueño. Además éste se revitalizaría con los productos de la campiña
cordobesa y jienense; igualmente se
quería acercar el hierro y el carbón de las minas de Espiel y Bélmez a la
industria siderometalúrgica malagueña que estaba agonizando debido a la escasez
de estas dos materias primas, pero el ramal hasta Bélmez no se terminó hasta
1873 y para entonces algunas siderúrgicas ya habían cerrado.
La estación de
Málaga se construyó en una de las huertas que Jorge Loring tenía en las afueras
de la ciudad, aunque el informe del ingeniero Antonio Mesa aconsejaba acercar
la estación al puerto. El primer tramo entre Málaga y Cártama fue inaugurado
por la reina Isabel II en 1861; tres años más tarde el trazado llegó hasta
Álora y por fin en 1866 se finalizó en Córdoba. En el tramo entre Málaga y
Álora construyeron las siguientes estaciones: Málaga, Campanillas, Cártama,
Pizarra, Álora y El Chorro. El tiempo invertido en este recorrido era de 59
minutos y había un viaje de ida y vuelta por la mañana y otro por la tarde. A
pesar de que el ferrocarril atravesaba toda la vega y tenía estaciones en todos
los pueblos por los que pasaba, algunos agricultores e industriales solicitaron
permiso para construir apartaderos particulares para sus fincas o fábricas.
La puesta en
marcha del ferrocarril no fue vista por toda la sociedad de igual manera. En
algunos colectivos como los arrieros y carreteros suscitó recelo porque vieron
amenazado su negocio y entre los pequeños y medianos agricultores producía
miedo el paso de la locomotora echando chispas de carbón, temerosos de que sus
cosechas pudieran ser incendiadas.