La vivienda
Los trabajadores de un cortijo podían ser
fijos o temporeros. Los fijos tenían trabajo todo el año y vivían en alguna de
las dependencias que el cortijo tenía destinadas a los trabajadores o en chozas
que ellos se construían, con el permiso del propietario, en las inmediaciones
de la hacienda donde trabajaban. Los trabajadores temporeros sólo estaban
durante la temporada de la vendimia, vivían en barracones que había en el mismo
cortijo o en los pajares. Como cama tenían un lecho de paja donde dormían
tapados con un saco.
Disponían
de poco vestuario, en algunos casos no llegaban a tener una muda de quita y
pon. Los trabajadores temporeros iban una vez al mes a su casa para cambiarse
de ropa, si no podían ir eran los cosarios los encargados de traerles la muda
limpia cada quince días. En los días lluviosos de invierno, si se mojaban y no
tenían para cambiarse se secaban arrimándose a la candela que procedía del
humero. Como la ropa se secaba sobre el mismo cuerpo eran frecuentes las
pulmonías y enfriamientos.
Por
otro lado no existía la asistencia sanitaria. En estos años de finales del
siglo XIX y principios del XX, en Campanillas no había médico y aunque lo
hubiera la clase trabajadora no se lo podía costear con los salarios que tenía.
Las comidas
Las comidas se hacían en el cortijo y solían ser
numerosas pero necesarias. Estaban distribuidas en el siguiente orden:
El desayuno sobre las siete de la mañana.
A las nueve un gazpacho fresco o caliente según la época del año. El
gazpacho frío estaba compuesto de: pan migado, vinagre, cebolla y sal. El
caliente se le llamaba maimones o puchas y estaba cocinado a base de pan,
aceite y sal.
A las doce de la mañana se tomaba el almuerzo que estaba compuesto de
arroz hervido con aceite y sal.
A las cuatro de la tarde se volvía a tomar otro gazpacho y por último,
al finalizar la jornada de trabajo se tomaba la olla a base de tocino y arroz.
Durante las comidas
los trabajadores se reunían alrededor de un lebrillo y cada uno con su cuchara
iba comiendo del recipiente, se hablaba y se comentaba de lo que ocurría en la zona o en España. Si
tenían la suerte de tener algún periódico, aquél que sabía leer les leía las
noticias y comentarios que estaban de actualidad.
Los temas de
conversación variaban según la ocupación de cada uno, si eran gañanes, boyeros
o porqueros pues hablaban del ganado; de los vinos y de las uvas si eran
pisadores etc. Un tema muy recurrente en
las conversaciones era el de las comidas en los distintos cortijos de la zona;
en unos se comía bien, en otros regular y en otros mal, dependiendo del
propietario y del casero o casera encargados. Entre los trabajadores siempre
había personas ingeniosas y con facilidad para hacer coplillas, en una de ellas
se habla sobre un plato cocinado en aquella época, dicha letrilla decía así:
“Al
mismo rey Amadeo he de escribir un papel que ni los mismos hebreos habrán visto
de comer calabaza con fideos”
A veces la conversación se callaba y alguien contaba una historia. El
narrador solía tener un don especial para hacer que una historia cualquiera
fuera divertida o dramática para captar
la atención de todos los comensales. A continuación se narra una de las que más
se escuchó en los cortijos de la zona.
Lo que le ocurrió a Frasco el de Frasquita
en el puerto de la Zorrera
“Vivía
Frasco en el Cotarro y venía a trabajar a los cortijos de la vega. Una tarde de
regreso a su casa vio en el puerto de la Zorrera un horno o jorno de abejas, o
lo que es igual un panal silvestre. Como era muy aficionado a la miel y no
tenía dinero para comprarla pensó castrar el panal en el momento que pudiera.
Tuvo que esperar algún tiempo, pues no era época para ello.
Llegó
el mes de San Juan, como era costumbre llamar a junio y eligió una noche de
luna llena para poder ver mejor. Salió de su casa al anochecer con las
herramientas más apropiadas para este menester y empezó la faena. Al mismo
tiempo que trabajaba vigilaba por si se acercaba alguien. Una de las veces que
alzó la vista observó que por la zona de Maqueda venían dos bultos que le dio
qué pensar, porque parecían la pareja de la guardia civil. Rápidamente pensó que
si lo cogían a esa hora castrando un panal no sabía que le podría ocurrir, por
lo que se escondió detrás de una piedra. Allí oculto no dejaba de mirar los dos
bultos que se acercaban cada vez más, incluso escuchaba sus pasos. El pobre
estaba muerto de miedo y lleno de picotazos de las abejas, pero cual fue su
extrañeza que faltando pocos metros para que llegaran hasta donde él estaba,
las figuras se difuminaron y desaparecieron.
Al
pobre Frasco le entró un escalofrío impresionante al ver que había sido lo que
se decía por aquel tiempo: un espanto o fantasma.
Se
fue a todo correr a su casa donde llegó de madrugada, despertó a Frasquita y le
contó lo que le había ocurrido.
Desde
luego Frasco no volvió a comer más miel. Frasquita se lo contó a sus vecinas
propagándose de esta manera este hecho que dio mucho que hablar en la vega de
Campanillas.”
DOCUMENTACIÓN
Documentación del Archivo Díaz de Escovar
Las historias y anécdotas que se cuentan son de transmisión
oral.